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Estúpida y sensual Agenda de Papel (de plena era digital)

  • Foto del escritor: Barbara Flores
    Barbara Flores
  • 30 sept
  • 4 Min. de lectura
Imagen por Roberta SA. de corelens.
Imagen por Roberta SA. de corelens.

Necesito una agenda para el 2026. Así que esta mañana inicié mi búsqueda entre cientos de diseños de carátulas, stickers, tipografías, colores y un sinfín de detalles que, como se puede ver, no solo a mí me importan ya que hay tanta variedad a la venta.


Y esta observación me llevó a otra: ¿Por qué la agenda de papel de toda la vida sigue siendo tan importante en pleno 2025?


Harry Potter... y el misterio que oculta una agenda de papel


Pareciera que existen dos tipos de personas: la que recibe notificaciones y la que abre la agenda. Yo estoy en el medio, pero con las notificaciones desactivadas.


Y es que la tecnología ha traído demasiado ruido. Alarmas, banners, recordatorios de las 300 apps que usamos a diario... y a mí todo eso me genera un poco de ansiedad. La agenda, en cambio, me da una sensación de silencio. Me recuerda lo que tengo que hacer de una forma más amable, con un diseño que elegí yo, sin que una pantalla me lo grite. Allí, mis tareas reposan en un papel sin brillo y junto a ese olor característico de papelería.


Ahí están los tachones, los subrayados torcidos, la tinta azul junto al rojo, el tipex... Ese pequeño caos visual, lejos de molestarme, me ayuda a ordenar la mente. Puedo escribir deprisa entre dos reuniones, pegar un post-it donde sé que lo veré o marcar en otro color las prioridades.


Por eso, aunque tengo Google Calendar abierto cada día, sigo necesitando mi agenda física. Es, en parte, un diario involuntario, un archivo de cómo transcurrió un año. Y no soy la única que lo ve así. Según un estudio publicado en el Journal of Consumer Psychology (Yang, Huang & Morwitz, 2023), “los usuarios de calendarios en papel tienden a cumplir más sus planes que los usuarios de calendarios móviles, en parte porque obtienen una visión de conjunto más clara”. En un mundo donde lo digital fragmenta la atención, quizá el papel ofrece algo que los algoritmos no pueden: una visión completa del tiempo.


Dicen que escribir a mano cambia cómo pensamos


Escribir a mano no es un gesto trivial. La investigación de Askvik, van der Weel y van der Meer (2023, Frontiers in Psychology) demostró mediante EEG que

“la escritura a mano, pero no la mecanografía, llevó a una conectividad cerebral más amplia, abarcando regiones motoras, sensoriales y de memoria”.

Cada trazo involucra coordinación fina, percepción visual y memoria motora.


Esto explica por qué recordamos mejor lo que hemos escrito a mano que lo que hemos anotado en una app. Como señala Scientific American (2024): “Escribir a mano involucra más áreas cerebrales simultáneamente — motoras, sensoriales, visuales — y promueve un aprendizaje más profundo que el tecleo”.


Acéptalo, amigo, tienes un diario


Una agenda no es solo un registro: es un objeto vivo. En sus páginas quedan las huellas de un año entero: tachones, subrayados, manchas de café, dibujos hechos mientras esperábamos una llamada. Lo que en digital se borra, en papel se acumula como historia. Si bien no es exactamente un diario, se le acerca bastante: al revisarla podemos reconstruir días enteros a partir de anotaciones breves. Un “café 17h” puede traer de vuelta conversaciones, lugares y estados de ánimo.


La psicología cultural habla de material culture: los objetos físicos cargan significados y emociones que las versiones digitales difícilmente transmiten. ¿Te cuesta deshacerte de tu agenda del año anterior? Aquí tienes la respuesta.


Así, en un mundo donde lo digital busca optimizarlo todo, la agenda en papel guarda un espacio que te muestra como un ser humano imperfecto.


El diseño de una agenda importa


Cada año escogemos una agenda como quien escoge un amuleto. Hay quienes prefieren tapas lisas, sobrias, minimalistas; otros se decantan por colores vibrantes, tipografías manuscritas o diseños artísticos. Esa elección dice algo sobre nosotros.


Lo digital, aunque ofrece temas y skins, rara vez logra esa identificación plena con un objeto. El calendario del móvil es funcional, pero no personal. En cambio, la agenda física se convierte en una extensión de nuestra identidad. Como recuerda Naomi Baron, lingüista citada por National Geographic (2024):

“Las personas recuerdan mejor lo que escriben manualmente que lo que teclean, y esta diferencia se mantiene en todas las edades”.

Recordamos más porque también nos reconocemos en lo que escribimos.


Otro motivo para no temerle a la IA


En tiempos donde la inteligencia artificial promete escribir por nosotros, organizar nuestras agendas y hasta anticipar qué deberíamos hacer después, la tentación de delegar todo a lo digital es enorme. Pero la ciencia advierte un riesgo: un estudio del MIT Media Lab (2025) encontró que “quienes dependen en exceso de un asistente de IA muestran menos conectividad cerebral distribuida y menor desempeño cuando se les retira la herramienta, lo que indica acumulación de ‘deuda cognitiva’”.


Tal vez por eso, al mismo tiempo que abrazamos las posibilidades de la IA, volvemos a lo analógico. Volvemos al gesto de elegir una agenda que nos represente, al subrayado torcido, al recordatorio escrito en tinta azul y a las huellas que el tiempo deja en un cuaderno.


En mi caso, la agenda física no compite con lo digital: lo complementa. En un mundo donde todo tiende a ser intangible, se agradece que al menos nuestro tiempo siga teniendo páginas que podemos tocar.


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